MARÍA MERCEDES ANDRADE
Puñal se clava en el costado del lector. Una garganta
se cierra y la voz ahogada emerge de un cuerpo lastimado que encuentra en la escritura una ruta, una
huella, una señal. La lengua mastica entonces un miedo
mudo, recorre el corazón hueco por la pérdida, trata de
encontrar la salida de un silencio lleno de espinas. Pero
hay también una mueca de ironía en la mirada, que de
manera intempestiva nos choca con la risa.