Noticias

02 AGO

Olga Tokarczuk en casa

Un entremés a una premio Nobel de Literatura fascinante
Olga Tokarczuk en casa

Apenas iniciada la cuarentena más larga de nuestras vidas incluso sin saberlo, leía simultáneamente los dos libros adquiridos tan pronto fue dado a conocer el Premio Nobel de Literatura 2018 a Olga Tockarczuk.

 

Por Gabriel Murillo. Fotografía de Lukasz Giza/Agencja Gazeta. Collage de Natalia Urbaniak.

 

Ya era discernible entonces, para mí, que el uno -Sobre los huesos de los muertos- desarrolla la trama oscura de una serie de asesinatos que irrumpe en la vida taciturna de campesinos y leñadores de voces en susurros y conversaciones profundas y pausadas, en los bosques nórdicos. Mientras el otro -Los errantes-, es una narración tumultuosa de cuentos oníricos, historias incompletas, tramas vagas, enhebradas en torno a viajes interminables. Pero no hay que creerle a la autora cuando dice en estas primeras páginas que nunca llegó a ser escritora porque la vida siempre se le escabullía, y solo alcanzaba a ir tras las huellas, pálidos vestigios, como las marcas grabadas en la corteza de los árboles del parque. Para ella no es vedado hacer de estos personajes y lugares un cuadro de los sueños, las pérdidas y derrotas arrastradas por el vértigo de la aceleración del tiempo humano representado en la diseminación del viaje y los transeúntes: “son un río, una corriente, agua que fluye de un lado para otro, formando olas y remolinos, formas fugaces que desaparecen, y que el río enseguida olvida”. Es la sociedad de los individuos masa o de la modernidad líquida o del “posmodernismo”. Por el contrario, la vida campesina descrita en el primer libro discurre más despacio, más estable, donde cada uno posee su propia historia, única e irrepetible, y el tiempo es hollado con la propia huella. El ritmo lento de esta vida permite que el mundo pueda ser contemplado tanto en las más pequeñas cosas como en las infinitamente grandes, tal como es visto por el poeta que ejerce aquí un papel protagónico entre líneas, William Blake en Ver un mundo en un grano de arena. ¡Cuánto nos pone a pensar esta estremecedora novela de soledad, serenidad y misterio que desnuda la fragilidad humana frente a la impiedad con el reino animal y la inmensidad cósmica! Más recientemente, me regocijo ciertas noches repasando una y otra vez el libro con las bellas ilustraciones de Joanna Concejo y el texto breve, brevísimo, de Olga Tockarczuk titulado El alma perdida. Este narra la historia de Jan, un hombre que vive tan ajetreado y acelerado, que no tardará en despertar una noche sin recordar dónde está ni qué hace ni su propio nombre, y que ha perdido su alma. Abatido, al día siguiente consulta a una doctora sabia y anciana, quien profiere el siguiente diagnóstico: “Si alguien pudiera contemplarnos desde arriba, observaría que el mundo está lleno de personas apresuradas, sudorosas y exhaustas, y que sus almas también están perdidas, y siempre llegan tarde, incapaces de seguir el ritmo de sus dueños. Esto produce una gran confusión, las almas pierden la cabeza y las personas dejan de tener corazón. Las almas saben que han perdido a sus dueños, pero la gente en general no suele darse cuenta de que ha perdido su propia alma”. Ante la perplejidad de Jan, la sabia doctora añadió esta explicación científica adornada con exquisito élan poético: “Esto ocurre porque la velocidad a la que se mueven las almas es muy inferior a la de los cuerpos. Es así porque las almas nacieron en tiempos remotos, después del Big Bang, cuando el universo aún no se había acelerado tanto y todavía podía mirarse en el espejo”.

Ahora en casa, nada puede convenirnos más que mirarnos en el espejo del planeta en que vivimos.


Ilustraciones de El alma perdida, Thule Ediciones.

 

 

 

 

Volver a noticias